Lo más triste que hay en esta vida, el decir “adiós”. Esa palabra tan corta en longitud pero sumamente poderosa, tan poderosa que destruye ilusiones. El decirla acaba con toda esperanza de volvernos a encontrar.. El adiós nos separa, abre un nuevo camino por el que transitar. Un sendero lleno de nuevas ilusiones, descubrimientos, y muchos adioses más. Un lugar al que debemos llegar, solos, sin compañía alguna... Sin saber qué nos deparará el futuro, con una sola certeza: alguien ya no está.
Despedirse trae consigo algo de pena y de inseguridad.. despedirnos nos hace mal, nos hace llorar. El adiós trae consigo inquietudes, qué nos sucederá, qué le sucederá a ese alguien que no está más. Recurrimos al llanto, el cual no nos completa, pero libera el alma y nos da paz. Constantemente acudimos a él para perdonar, porque cuando alguien se despide, tendemos a odiar. Descargamos nuestra ira viendo caer las lágrimas que empezamos a derramar, sintiéndonos mejor sin dejar de sentirnos mal. Solemos culparlo, porque nos sentimos abandonados, cometiendo el habitual error, de juzgar sin pensar.